


El hombre subía a mi roca y paseaba a mi alrededor, abría mi puerta y encendía mi luz para que otros pudieran verla. Él era quien velaba por mí, quien me cuidaba y hacía compañía.
—Tienes suerte de ser un faro —me decía—. Aunque supongo que tú darías todo por ser un hombre.
Y tenía razón. Este faro daría todo por ser un hombre. ¡Ojalá pudiera tener las mismas oportunidades que uno!
Yo solamente tengo que alumbrar, ese es mi oficio. Pero un hombre puede hacer lo que quiera.