Ahí está su cuerpesito, yace muerto sobre la acera. ¿Quién se hace responsable por ellos, quién se siente culpable? Ahí está él como si reposara dormido. ¿Cómo saben ellos cual es el momento justo para cruzar la calle, sin tener que pasar por debajo de las ruedas de esa cosa enorme que va veloz de un lado a otro?
Hoy he visto otra víctima del hombre, víctima de un ser maldito que no conoce el valor de la vida. ¿Por qué «ese que piensa» y que habla se siente dueño de sus pasos?
La muerte lo cubría, era frágil, pero aún así era un ángel. Este pavimento frío se ha convertido en tierra, ha bebido su sangre y ha llorado. En mi mente, alguien capaz de llevarse así su existencia entre las ruedas de un auto no merece vivir ni llamarse hombre.
Ellos son víctimas tristes e indefensos frente al hombre de fuego y cenizas que arrasa con todo a su inconsciente paso por el planeta. Ellos son el blanco de los dardos, son la diana, y aún así se han ganado el título honorario de «Mejor Amigo del hombre». El único problema para ellos es que nosotros nunca aprendimos como ser sus mejores amigos.