Tener tu propio lugar y tu propio espacio para desarrollarte no es algo sencillo. Muchas veces las personas que están a tu alrededor son las que más te afectan. A veces la ciudad se te queda pequeña, las calles se te hacen muy cortas y las personas demasiado predecibles. De todos y cada uno de ellos casi pareciera que puedes leer sus mentes, como van a reaccionar ante ciertas situaciones, qué cosas dirán, hacia dónde dirigirán sus pasos o qué va a llamar su atención durante cierto recorrido.
La ciudad se te hace tediosa porque esperas algo más, un lugar al que llamar «hogar», un espacio que no te recuerde a personas desagradables, o uno al que puedas trasladar tus buenas memorias y recuerdos en el margen de algún faro o de alguna fuente.
Piensas en lo que perdiste y te das cuenta de que no fue demasiado y sin embargo te duele, pero intentas tomar las nuevas cartas en tus manos y barajarlas para realizar tus nuevas jugadas, y caminar lo mejor que puedas en función de cada nuevo día como venga, con sus vicisitudes y sus propias costumbres.