Somos una mezcla de recuerdos que definen nuestra vida casi cronológicamente. Somos dentro de cada uno de nosotros lo que solíamos ser por medio de esos recuerdos que nos llevan de viaje hasta nuestro primer paseo en bicicleta, hasta nuestra primera salida a un parque de diversiones, nuestro primer viaje fuera de la ciudad o el país, nuestro primer amor o nuestro primer beso.
Somos la primera mirada que se cruzó con otros ojos, somos el miedo a intentar algo que amamos por temor a fallar, somos la idea que retumba en la cabeza como un relámpago que viaja a través del viento. Somos ese sueño de la infancia que aún nos enternece algunos días: somos el bisturí de un médico enterrado en el recuerdo, somos la bata de un veterinario, el arma de un policía, el balón de un futbolista olvidado. Somos los dedos de un pianista que llora en la oscuridad, somos las cuerdas de una guitarra, somos los zapatos de un atleta, o la medalla de algún ganador olímpico.
Estamos hechos de esa fibra melancólica que nos lleva a soñar con el pasado. Creamos vías alternativas en nuestra «máquina del tiempo» para viajar al futuro y observar nuestra vida si hubiéramos sido esto o aquello. Hoy somos lo que quizás no pensamos ni planeamos ser nunca. Hoy somos comunicadores sociales, el conductor de algún tren, o ingenieros o taxistas. Somos cualquier cosa, y estamos hechos de potencial para ser lo que queramos más allá de un recuerdo; seamos el legado de algo importante en el mundo.