La muerte en Venecia es un libro que se disfruta y se lee bastante rápido si le dedicas el tiempo necesario. Propone cierto debate moral interno sobre los límites de la fijación romántica, lo que creemos que es correcto y lo que no, hasta donde está bien o dónde se está cruzando la línea de lo que es social y moralmente aceptable.
Incomoda en ocasiones, te hace reflexionar, y de eso se trata el arte, de desplegar una visión y exponerla a las distintas perspectivas que hay afuera.
Gustav von Aschenbach, un escritor de edad madura, que como muchas veces pasa dentro de la profesión, se encuentra sumido en la falta de inspiración y el constante cansancio físico que le produce la ansiedad de combatir la temible página en blanco, y la falta de sueño. Es entonces cuando decide despejar su mente emprendiendo un viaje a una ciudad que ama y que encuentra renovadora: Venecia.
Es aquí donde conoce a un adolescente llamado Tadzio, que lo hechiza con su sola presencia y comienza a transitar una senda peligrosa que desata una tormenta de deseo y anhelo en su interior.
Sin embargo, el viaje no resultará tan alentador como en ocasiones anteriores.
Esta es mi tercera relectura del libro que adquirí de segunda mano hace 10 años. Se encuentra en un lugar especial de mi biblioteca a pesar de que no resulta ser de mis grandes favoritos, y de que ciertamente no deja de incomodarme la fijación de Von Aschenbach por un adolescente.
Dejando ese punto de lado que me resulta problemático, La muerte en Venecia es un libro refrescante, con una prosa exquisita, que trae a la reflexión temas importantes como la complejidad del amor y el deseo, la brecha de edades, lo moral, el inexorable paso del tiempo, los intereses económicos y políticos de las grandes ciudades, las fallas del sistema, y el arte mismo.
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