Añado canela para que tenga más emoción, adoro la sensación, es como una fiesta dentro de mi taza.
Aún está caliente, puedo ver el vapor brotando de esa armoniosa circunferencia. Soplo aire al borde de la cornisa, el vapor se arremolina.
Me deleito un segundo con el fantástico aroma, debo dejar que repose o perderé la sensibilidad de la lengua por algunas horas si me atrevo a probarlo ahora, pero amo que el aroma se siga esparciendo, es delicioso.
Camino al exterior de la casa, taza en mano, tomo asiento a la mesa debajo del gran castaño que sembró mi bisabuelo. Tengo la ligera sospecha de que aquí mis padres perdieron su pureza.
Un pequeño rayo de sol rebota sobre la porcelana blanca de mi taza, sonrío porque aprendí a valorar esos pequeños placeres.
Desvío la vista hacia las nubes y escucho la voz de Aida dentro de mi mente. Ella era fuerte, batalló como si luchar fuera la única labor que se le hubiera encomendado en la tierra. Era un ángel.
Sonrío otra vez porque sé que me reprocharía las lágrimas si estuviera aquí.
Levanto la taza de nuevo y noto algo diferente. Hay una pluma en mi café.