Sigue avanzando

noviembre 01, 2014

Desde la última vez que publiqué un post en este blog —ya hace muchos días, casi 1 mes a decir verdad— he estado entrando y saliendo del botón «crear entrada nueva». He girado entre la página principal, el cuadro de texto —vacío por supuesto— y mis antiguas entradas buscando algo que me inspirase, pero ni siquiera la escritura automática logró darme más que palabras vacías y sin sentido que fueron a parar directo a la basura. La verdad, no se me da para nada bien eso de la «escritura automática», yo necesito algo de lo cual partir, un fondo sobre el que apoyarme para darle riendas sueltas a mi mente tan tozuda. Y en todos esos días nada ligeramente digno de escribir se me vino a la mente. Incluso ahora siento como mis dedos han perdido la costumbre de acariciar las teclas tras cada día que paso sin siquiera mirarlas, siento como mis dedos salpican torpemente el teclado intentando exprimirle sonrisas.

Pero soy de ese tipo de escritores que cree que no hay que forzar ni obligar a las palabras, ellas deben fluir solas, mucho menos podemos ordenarle. La inspiración posee intensiones, matices y deseos. Ella llega en forma de una canción, de una lágrima, una sonrisa, o en este caso, de una imagen. Se extravía a veces, pero siempre vuelve. Entonces surcando los mares del internet leí una imagen que me habló y me dijo «inténtalo». Se refería a que escribiera algo que me hiciera pensar un poco más. La imagen es esta:


y significa «La vida es como una bicicleta: para mantener tu balance debes seguir avanzando». Es una frase de Einstein.

Enseguida me hizo pensar en el día que intenté por primera vez andar en bicicleta, cuando apenas era una niña. La sostenía con cierta reticencia pensando en el momento justo para subirme, y al hacerlo, ¿cómo hacerlo? No sabía si subir primero un pie, o subir ambos de un salto, aunque luego la lógica me dijo que eso segundo iba a traerme más problemas. Al subir un pie y conservar el otro de apoyo pude sentarme en el asiento de la bicicleta, pero al levantar ambos pies hacia los pedales sucedió algo completamente nuevo e increíble para mí: me caí por primera vez de una bicicleta. Entonces un adulto sin siquiera saberlo me dio el secreto del resto de mi vida: «lo estás haciendo mal; debes pedir ayuda a alguien para que te enseñe lo que no sabes. Sube un pie pero el otro vas a usarlo como apoyo para impulsarte. Mira, la magia no está en subirse a la bicicleta, sino en conservarla andando». Yo que era una niña no entendía mucho el valor de estas palabras, funcionaba más de una forma visual, observaba mientras aprendía. A pesar de eso cada vez que volvía a intentarlo me repetía una y otra vez esas palabras en la cabeza, es así como no logré olvidarlas.

Al día de hoy mi mente funciona de una manera diferente, escucho mientras aprendo. En ese camino entendí que la ayuda hay que pedirla no sólo al aprender a subir una bicicleta, sino al aprender a pronunciar una palabra difícil, al aprender a cocinar un platillo elaborado, al aprender a lavar la ropa y separarla por colores, al intentar abrir una cuenta en el banco, al intentar manejar por primera vez, al empezar a pagar tu propio departamento, y en cualquier momento que nos encontremos dando los primeros pasos de una nueva lección —que todo es una lección— a lo largo de nuestras vidas. En ese camino aprendí que no debemos aislarnos y que todos debemos conservar una fuente segura de apoyo que nos impulse cuando estemos a punto de caer. Entonces uno de los asuntos más importantes de toda mi vida llegó a mí como una estrella fugaz: que la magia de la vida no está en nacer y crecer, sino en mantenernos vivos cada día. Porque así como disfrutábamos sentir el aire en nuestro rostro, cada giro o cada obstáculo vencido al andar en bicicleta, debemos también disfrutar cada fragmento que compone nuestra vida.

No dejemos que a nuestro paseo se le escape la magia entre las ruedas y caiga al lado del camino rota, para luego hacerse polvo con el tiempo. Conservemos la calma, respiremos hondo y tomemos bastante impulso para entrar en la carrera de la felicidad.

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