Ana y Mía: Mi Descenso a los Infiernos
marzo 24, 2010
Quiero contarles mi historia con las que yo creía mis dos mejores amigas, las tan famosas Ana y Mía. Yo tengo 15 años y mi nombre es Katherine. Mis amigos más cercanos me conocen como «Ki» o «Kimita», pero lo que muchos no saben es mi Historia con esas dos "amigas", Ana y Mía, quiénes me acompañaron hasta hace 6 meses atrás, por casi dos años. La idea de publicar entradas relacionadas con el tema “Ana y Mía” es que otras personas conozcan mi historia y la verdadera realidad de la Anorexia y la Bulimia.
Dos años pueden parecer poco en comparación con otros, pero fue realmente suficiente para experimentar lo que es un infierno. Aún tengo este problema, pero el primer paso para recuperarse es saber que estás enfermo y aceptarlo. Yo aún me encuentro en el «Proceso de Purificación». Otras chicas están en esto 5 años, 7 años o hasta más y hoy en día no se como lo soportan. Yo sufrí mucho: perdía cabello, mis uñas eran frágiles y quebradizas, tendía a sufrir mareos casi todo el día y náuseas sólo con el olor de la comida.
Llegué a pesar los 43kg —para mi estatura un peso normal sería de 55kg—. Perdí muchos amigos y mi relación familiar debido a que no quería estar con nadie, a mis malos estados de humor, mis depresiones y mis vuelcos de rabia y enojo. Pero más que eso, perdí mi salud y casi pierdo lo más valioso: mi vida.
Yo comencé a los 13 años. Era una niña total, me dejé llevar por el molde tan comercial que me ofrecía la TV: modelos super flacas, delgadas y raquíticas... Entonces comencé yo a querer ser como ellas. Entraba a páginas Pro-Ana y Pro-Mía, seguía sus recomendaciones e intentaba que nadie descubriera mi secreto. Comencé a bajar mucho de peso y me alegraba... ¡Cielos! De verdad que era tan feliz cuando me decían «flaca» o «estás como un hueso», porque era lo que quería pero estaba tan equivocada, eso era lo peor. Evitaba a toda costa comer, cuando no había nadie en casa yo decía que había cocinado y dejaba rastros por ahí para que pudieran creerme. Hacía todo sin que mi pulso temblara, tenía la sangre helada a la hora de mentir. Cuando me entregaban la comida, me metía en mi habitación y luego se la daba a mi perro cuando nadie me viera. Siempre dejaba los platos sucios por ahí el tiempo suficiente para que mi familia viera que sí comía, pero no era cierto.
Mis mejores amigas y aliadas eran Ana, Mía y la Mentira; éste último un tercer elemento que se complementa perfectamente con los dos primeros. Cabe destacar que si no fuera por la mentira, Ana y Mía no existirían.
Luego de no comer tanto tiempo y estar tan cerca de Ana, Mía comenzaba a llegar por la puerta de atrás: de pronto me hacía de unos atracones e iba directo al inodoro a vomitar todo lo que me había comido, luego me insultaba a mí misma y me castigaba por "haberme traicionado". A veces el hambre era tan inminente que comía todo lo que encontraba a mi paso, luego me encerraba en mi habitación a llorar como una tonta por haber traicionado a "mis reinas", «engordarás como una vaca, serás una pobre obesa» me decía.
Yo de verdad quería ser delgada porque cada vez me reflejaba más en las modelos. Siempre me encontraba otra razón para desear ser delgada: "a los chicos les gustan las chicas delgadas", pero era una mentira, algo alusivo a la trampa: una ilusión. A los chicos les gustan agradables, inteligentes, sinceras, amorosas y otro sin fin de cosas que no tienen que ver para nada, en ningún aspecto con delgadez, huesos, flacidez, piel y cuero colgando en tu cuerpo ¡Para nada! ¿cierto que suena repugnante? Bueno, pues ese es un resumen de la imagen Ana y Mía.
Hubo un momento en que mi mamá no paró de sospechar y comenzó a vigilarme hasta que un buen día descubrió mi dulce y oscuro secreto. Todos me decían «estás loca, esto no es un juego» y empezaron a vigilarme las 24 horas del día.Ya han pasado más o menos 6 meses y aún no lo supero, y es obvio, después de que estás dentro, cuesta muchísimo salir y es tan doloroso como estar aún en el juego. Pasará un tiempo para que esta tormenta se detenga, aún me brinco las comidas porque siento todavía repulsión por ellas y no tengo apetito, los mareos ya no siguen tan constantes, pero a veces sí persistentes, mis uñas no superan la debilidad todavía, igual mi cabello, aunque mi humor ha mejorado mucho. Toman mi peso frecuentemente y llevan el control de mi alimentación. He ganado algo de peso, ahora tengo 47kg. Igual hago ejercicio para mantenerme en forma y tampoco engordar demasiado —eso lo odiaría también—. Aún hay mucho camino por recorrer, y lo único que deseo es que si leen esto se cuiden y se vean reflejados en mi historia.
Piénsenlo! Y piénsenlo muy bien. ¿Les gustaría perder a sus amigos, familiares, novio o novia, cabello, tener mareos tanto como respirar, que sus uñas se quiebren y sus piernas se desvanezcan ante desmayos? Piensen si les gustaría estar felices, al minuto enojados, luego tristes, y al siguiente mega-deprimidos. O si les parece agradable odiar la vida y cada segundo que pasa querer quitártela porque no le ves sentido a vivir inconforme contigo mismo, pensar que no tienes razones para vivir y que a nadie le importas, pero a la vez tampoco tener el valor para dejar de vivir.
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