Sin importar quién fue el responsable, aquí murieron miles de personas.
Eran padres, madres, hijos, hermanos, tíos, abuelos, esposos y esposas de alguien. Cada uno cumpliendo su labor como lo estaría cualquiera un martes a las 8 de la mañana.
Recuerdo vagamente estarme alistando emocionada para ir a la escuela (recién ingresaba) cuando el noticiero interrumpió la programación habitual para transmitir a la primera torre en llamas. Minutos después, mientras me colocaba los zapatos, la Torre Sur también fue impactada.
Es impresionante pensarlo ahora. Mientras todos cumplíamos con una rutina, cientos de personas se arrojaban desde las alturas para escapar de las llamas. Esa es una imagen que no se borra de la memoria.
Ese día, el mundo fue testigo de la increíble valentía y heroísmo de los cuerpos de bomberos, funcionarios y civiles que se enfrentaron al miedo y arriesgaron sus vidas para que otros tuvieran una segunda oportunidad.
El martes 11 de septiembre de 2001 cambió el mundo para siempre en términos de seguridad industrial, seguridad privada, protocolos de emergencia, aviación, antiterrorismo, y hasta la forma en cómo se abordan las guerras localizadas.
Sin quererlo y sin pensarlo, este día nos cambió a todos.

 

















