Los Ancianos.
¿Quién rememora a los caídos?
¿Quién recuerda alguna vez con afecto a un antiguo partícipe de la guerra?
¿Quién recuerda el sudor de su frente, sus pupilas dilatadas y su deseo por ver libre un país entero?
Ancianos, corazones nobles enternecidos por la mano del tiempo, arrugas lúcidas y recuerdos de arena. Vívidos monumentos de la historia, museos andantes encomendados para nunca jamás olvidar.
Ancianos. Esa abuela impetuosa que vio nacer a su ciudad, que fue pieza fundamental en su crianza, que la vio crecer y hacerse grande.
Ancianos. Esa abuela impetuosa que vio nacer a su ciudad, que fue pieza fundamental en su crianza, que la vio crecer y hacerse grande.
Adultos de la tercera edad, ancianos, viejecitos, abuelos, seniles o como quieran llamarles. Nuestro camino y nuestros pasos. Los que no conocen la tecnología pero conocen algo más importante, los que desconfían de la juventud porque han sido jóvenes, los que dieron lo mejor que podían darle al mundo, o los que se arrepienten de no haberlo hecho. Los que alcanzaron todos sus sueños, o los que ahora lloran por no lograrlo. Los que ahora sonríen felices y plenos por haber conseguido el verdadero amor y conservarlo, o los que lloran por haberlo perdido. Nunca menospreciemos a nuestros ancianos, porque llegará el día en que la tersura de nuestra piel se marche, el brillo de nuestro cabello y el color se opaquen, nuestras manos fuertes y jóvenes empezarán a tiritar, nuestro cuerpo lleno de energía exigirá descansar, nuestros pies se agotarán y nuestras piernas no podrán resistirnos más. Si me lo preguntas a mi, la etapa más hermosa de la vida es esa en la que has alcanzado todo por lo que luchaste, en la que sabes que ya nada puede ser mejor —ni peor—, ves a otros intentarlo y recorrer el mismo camino, puedes enseñarles a hacerlo también, donde te limitas a descansar por todo lo que has trabajado con el amor de tu vida a tu lado, pienso que no hay nada más hermoso que eso.