«Chi trova un amico, trova un tesoro» |
«Eres así de mágico, y la belleza a tu alrededor se opaca con tu rostro sonriendo. Rompemos el viento con nuestros dedos, rozamos la vida con los labios. Destilamos simpleza y en nuestras jóvenes manos está el destino». La misma canción que paseaba junto a nosotros cuando corríamos hacia la vida tomados de las manos, y parecía que nunca nos perderíamos, bebiendo del viento, viendo al cielo llorar.
Alas de oro volaban a nuestro alrededor. No fue el sol, ni la luna, fue el destino. Nuestra fiel confidente lanzaba rayos de plata sobre nosotros y a nuestro alrededor, era inmensa y llena como nuestro amor, era hermosa como un hilo de magia a plena madrugada.
Una taza de café por la mañana bordeaba esta historia aún no escrita, que un año que pasa no es igual si tú no estás, y cada noche antes de dormir pensaba en lo afortunada que era de que me amaras también... Y ¡como me conocías! Olor a mentas y a hierbabuena, té de limón o verde. Tierra recién humedecida por el rocío o la lluvia suave, el aroma a madera fresca de los árboles y hojas de pino nuevo, el aroma de las hojas de los libros que solía devorar y el frío paralizante que yo solía anhelar. La brisa fresca que daba a las seis de la tarde, la niebla que bajaba corriendo entre mis pies, y la risa de mediodía que solía escuchar clara y sonora.
Quizás por eso y más cosas, te extraño como a nada ni nadie más podré extrañar. Porque sólo verte y pensar en tí me trae recuerdos hermosos y paisajes perfectos. Eres un gran regalo, el mejor regalo de todos, el instrumento más dulce. Ni en este mundo, ni en ningún otro lugar existirá algo igual, o que se acerque a lo que eres para mí.